Todavía
quedamos un pequeño reducto
de
aquellos para los que montarnos en el trillo
era
siempre el mejor carrusel,
y dar
una vuelta con él como si la dieras
alrededor
del mundo.
Hoy
seguimos rebeldes al cemento,
nos
pesa tanto que acabamos
agrietándolo
aunque seamos hierva.
Nos
molestan los rascacielos
para
trepar como estilo de vida.
Todavía
quiero creer que no morirán
con
nosotros los pueblos,
ni la
siega que nos llena graneros y establos.
Que siempre
existirán esas formas de vivir
que
potencian encuentro y abren puertas.
No puede
dejar de dolerme
que
se admire como curiosidad lo que era antes
tan natural y cotidiano;
aunque
es cierto
que
cada vez hay menos mariposas
en los
peajes de las autopistas.
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