Me acostumbré al silencio de las mariposas, aunque en mi otoño cálido revolotea alguna. En el caos de hojas sin escoba se posan ; saborean el polen del jinebro maduro, del acebo granado, de los escaramujos. Me acostumbre ya al riesgo de saltar por los riscos, de sortear raíces de árboles cortados, de evitar esas piedras que resbalan mi alma, de ascender a la cumbre sin botas de montaña. Más montesa que nunca, camaleón de ocres, no ansío ya la playa ni esa estrella del norte. Despierto a la mañana mojada de rocío, con mis manos calientes y mi corazón…. Vivo.