Y mis ojos aguantaban mi mirada. El parchìs sin fichas, no servía para echar una partida al tiempo. Yo estaba dentro, aún siendo espectadora; formaba parte de la provocación y la libertad de una obra, que no termina de hacerse nunca. -La muerte y la vida son amigas que nos empeñamos en separar- Ese era el mensaje. Y la salida, una chimenea estrecha con humo. Solamente con humo. Estaba ahí, en medio de una pesadilla, despierta; rodeada de anónimos que me empujaban, cruces de tumbas abandonadas, lápidas rotas, tapas de ataúdes, y cráneos en vitrinas. De pronto vi mi ataúd de niña, desenterrado; la camisita de hilo que fue mi sudario, mis zapatitos que no dieron el primer paso; y fui consciente de la gran mentira que descompone nuestras vísceras. Objetos y más objetos, mezclados sin ninguna relación aparente; recogidos del vertedero, asilados, expuestos a la mirada de los propios verdugos. Las estampas de vírgenes, empapelaban mi intimidad; me observaban desde todos los