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Me envolvió el preludio
 en una nube que me trascendía.
 Las palmas y los ramos de olivo
 alfombraban mi paso
 y la vida parecía detenerse.
 Imaginé que siempre sería así,
 que había alcanzado el mayor grado
de felicidad, y brillé como la luz
que en el crepúsculo se resiste a apagarse.
 Fue un momento mágico,
 un destello de gloria en que viví la plenitud;
pero era el umbral de una tortura
 que aún hoy la sufro,
 aunque  me canten saetas.
 La humanidad sólo disfruta de momentos felices.
 La felicidad la inventaron los inconformistas.
Siempre viene seguido la noche.


Comentarios

Samuel Rego ha dicho que…
Le cantamos saetas y lo mantenemos clavado y torturado. ¡ Ay humanidad!
Dices mucho en pocas palabras

Un abrazo

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